Publicada en Semana.com

– Noviembre 12 de 2018 –

El 6 de noviembre, los californianos respaldaron la ley de bienestar animal más ambiciosa propuesta hasta ahora en Estados Unidos en beneficio de los animales explotados como comida. Gracias a ella, el confinamiento extremo de animales para la producción de carne de cerdo, carne de ternero y huevo cesará a partir del 1 de enero de 2022. Con su entrada en vigencia, las gallinas ‘ponedoras’ tendrán 1 pie cuadrado de espacio en jaula, acceso a postes para rascar, nidos y perchas. Los terneros machos contarán con, al menos, 43 pies cuadrados de espacio. Y las cerdas ‘reproductoras’ con 24 pies de área en suelo. No solo los productores deberán transitar a este modelo. Los proveedores de fuera del estado también tendrán que adaptarse a la nueva legislación.

Quienes consideren ridículas estas medidas, seguramente ignoran que más de 90 billones de animales cada año son forzados a pasar sus cortas y miserables existencias en jaulas diminutas donde no pueden abrir las alas ni darse la vuelta. Avanzar en bienestar es importante, mientras las sociedades y sus gentes construimos conciencia, empatía y sensibilidad para acabar con la más violenta e innecesaria forma de esclavitud animal.

Esta ley de California se suma a prohibiciones similares en Arizona, Florida (2000) y Massachusetts (2016). También a directivas de la Unión Europea sobre el bienestar de las gallinas explotadas por sus huevos (1999) y la eliminación gradual de las jaulas en la producción de conejos (2017). Sin embargo, allí aún prevalecen los sistemas de crianza intensiva. Por ello, una coalición de 130 organizaciones ciudadanas trabaja actualmente en la campaña “End The Cage Age” para eliminar las jaulas en todas las granjas de Europa. Que el 94% de los europeos crea que el bienestar animal es importante y el 82% considere que los más de 2.226 millones de animales ‘de granja’ merecen protección, hace pensar que será posible reunir el millón de firmas que se requiere para tramitar la iniciativa.

Entre los países que han proscrito el uso de jaulas en algunas industrias, se encuentran Luxemburgo (gallinas), Bélgica (conejos) y Suecia (conejos y cerdas). Algunos estados de la India (el tercer mayor productor de huevo en el mundo) también han declarado que el uso de jaulas en batería viola su legislación nacional de bienestar animal. Además, según la Humane Society International (HSI), unas 1.200 empresas en Estados Unidos se han comprometido a adquirir solo huevos provenientes de gallinas criadas en libertad.

En América Latina, por su parte, ningún país ha prohibido el uso de jaulas. Sin embargo, los estados firmantes de la Organización Mundial para la Sanidad Animal (OIE) parecen estar de acuerdo en que el primer paso en esta línea será desmontar progresivamente las jaulas de gestación para cerdas. Un sistema de explotación que, junto con el de gallinas ‘en batería’ y el de estabulación de terneros, demuestra la maldad de la que es capaz el ser humano.

Lo interesante de estos procesos es que obedecen a transformaciones culturales. Son cambios sociales que alcanzan un punto de maduración y consenso para concretarse, finalmente, en nuevas legislaciones y prácticas de consumo. Sobre todo, constituyen mensajes claros que los ciudadanos les envían a políticos, empresarios y productores.

La gente hoy quiere saber cómo se producen la carne, la leche y los huevos que llegan a su mesa, rechaza la ‘innecesaria’ crueldad contra los animales, y parece dispuesta a pagar precios más justos y a revisar sus hábitos alimenticios. En definitiva, no se traga el cuento de que la producción de alimentos mediante sistemas de producción de confinamiento intensivo es la solución a las necesidades de abastecimiento. El bienestar de los animales es, cada vez más, un asunto de interés público sobre el que, por tanto, debe operar la democracia.

En Colombia, el tema está en pañales. La medida más ‘avanzada’ que ha adoptado el Gobierno es el Decreto 2113 de diciembre de 2017 que, aparte de incorporar principios y aspectos básicos y generales del “Código Sanitario de Animales Terrestres” de la OIE, no ordena medidas concretas para materializar el bienestar de los animales.

Tampoco existe (o no es pública) la información de cuántos animales son criados mediante sistemas de jaulas. El 3er Censo Nacional Agropecuario aporta cifras generales de animales explotados para consumo y zoocría por especies (754 millones aprox.). Al respecto, Fenavi ha dicho que el 75% de los 12.817 millones huevos que produce la industria al año son de gallinas enjauladas. Podría especularse que la proporción es similar en la industria de aves y cerdos explotados por su carne. En efecto, el bienestar de los animales es materia pendiente en nuestro país.

¿Qué debe ocurrir para que la terrible situación de los animales explotados para la producción de carnes, leche y huevos mejore y se adopten medidas como la que se busca en la UE? La respuesta es obvia: que la gente lo exija. Por una parte, mediante sus decisiones de consumo: prefiriendo productos de animales criados en libertad (y ojalá, también, dándose la oportunidad de adoptar dietas vegetarianas o veganas, aunque sea de modo progresivo).

Por otra, reclamando una ley o varias leyes que: 1) respalden la transición escalonada hacia la producción de animales libres de jaulas, 2) fomenten emprendimientos de alimentación libre de explotación animal, 3) obliguen a gremios y productores a informar cómo son tratados los animales desde su nacimiento hasta su muerte, 4) adopten un sistema único de etiquetado obligatorio para que el consumidor sepa cómo fueron producidos los alimentos y pueda elegir con responsabilidad, y 5) creen programas de inspección y vigilancia de todos los procesos de producción (cría, transporte, matanza) en los que participen comités éticos (no solo técnicos) de bienestar animal.

Tomarse en serio las cinco libertades de bienestar animal (libres de hambre y sed, libres de miedo y angustia, libres de incomodidades físicas, libres de dolores, lesiones y enfermedades, y libres de expresar su comportamiento natural) que el Ministerio de Agricultura dice adoptar como principio, implicaría liberar a los animales de las jaulas, aunque su desmonte fuera gradual.

Pero si los ciudadanos no lo exigimos mediante nuestras decisiones de consumo y activando los mecanismos democráticos de participación, los animales continuarán padeciendo las peores formas de crueldad (y nosotros enfermando) en una industria cuyo único interés es obtener creciente rentabilidad.