Publicada en El Espectador

-Septiembre 4 de 2017-

No soy católica. Sin embargo, reconozco la importancia de la visita del Papa Francisco a nuestro país. Su vocación y la simpatía que despierta entre la opinión pública pueden lograr que su mensaje de paz trascienda. Además, su agenda incluye la ecología. Sin duda, la encíclica ‘Laudato Sí’, de su autoría, es el documento ambientalista más completo e influyente de los últimos años de un dirigente religioso e incluso político. En él, el Papa exalta la estrecha relación causal entre devastación ambiental, consumismo, violencia y pobreza. En efecto, su mirada es crítica, lo que habla de un líder atento a su época y consciente de su poder y responsabilidad.

Al respecto, la semana pasada el sumo pontífice hizo un llamamiento urgente a quienes ocupan puestos de responsabilidad. A ellos pide que “escuchen el grito de la tierra y atiendan las necesidades de los marginados”, pero sobre todo, que “respondan a la súplica de millones de personas y apoyen el consenso del mundo por el cuidado de la creación herida”. Entre las causas de la devastación, incluye la decadencia moral de la humanidad, su deseo insaciable de manipular y controlar los recursos del planeta, su codicia y su consideración de la naturaleza como una posesión privada para dominarla.

En consecuencia, invita a los creyentes a orar por el medio ambiente o, como escribió la semana pasada en su cuenta de twitter, a contemplar a Dios en la belleza de la creación y a despertar nuestra gratitud y sentido de responsabilidad.

Lamentablemente, esta mirada ecologista crítica del máximo jerarca de la iglesia católica no se ha hecho extensiva a los animales, pese a que Francisco de Asís, el santo por quien eligió su nombre en honor a los pobres, también es su patrón. Al ser considerados los animales como parte del ambiente, podría asumirse que el llamamiento urgente los incluye. Sin embargo, es innegable que la encíclica y los mensajes ecologistas del Papa están centrados en la supervivencia de la especie humana. Incluso, hay en ellos una suerte de luz verde para disponer de los animales, como si su mirada crítica se tornara convenientemente clásica en lo que a su uso y abuso respecta.

Este es el otro mensaje del Papa Francisco que buena parte de los millones que clamamos por la ‘creación herida’ esperamos escuchar en su visita a Colombia. Que la dominación que ejercemos sobre los animales cazándolos, encerrándolos, traficándolos, matándolos y divirtiéndonos a costa de su sufrimiento, para la satisfacción de nuestros intereses egoístas, es también una expresión de la decadencia moral que padece nuestra especie. Que el consumismo también los involucra en sistemas de producción profundamente crueles y desquiciados. Y que la violencia cotidiana e institucionalizada que ejercemos sobre ellos es una expresión más de nuestra codicia y posesión destructiva de la naturaleza. 14 billones de animales son sacrificados cada año solo para consumo humano, sin contar a los miles de millones muertos para producción de pieles y mascotas, experimentación y entretenimiento.

Además, anhelamos que mencione que la pobreza cultural y espiritual de pueblos enteros se sostiene en actividades de sometimiento que involucran a animales, como ocurre en corralejas, peleas de gallos y otras versiones actuales del ‘pan y circo’. Que los conflictos socio-ambientales, donde los pobres son las víctimas humanas, están cimentados en prácticas de destrucción de la naturaleza que incluyen a animales, como ocurre en la ganadería intensiva. Finalmente, que la violencia, cualquiera sea su forma de manifestación, comparte en su base el desprecio por la diferencia de color, género o especie, y la creencia de que es legítimo avasallar e incluso exterminar al diferente para provecho o imposición del más fuerte.

Francisco de Asís entendió que ambas reivindicaciones son indisociables y comparten causas comunes. Por eso, es el santo patrón de los pobres y los animales.

Ojalá el Papa Francisco nos hable a los colombianos y al mundo de esos otros marginados que son los animales y de sus gritos doloridos que también provienen de la tierra. Que su mensaje de paz, compasión y reconciliación sea lo suficientemente amplio para incluir en él a los otros seres sintientes no humanos, y sea enfático en la urgencia de operar cambios en nuestras maneras de relacionarnos con ellos, tal como ya lo están haciendo las nuevas generaciones.