Publicada en Publimetro Colombia

– Noviembre 25 de 2015 –

En todas las disciplinas hay profesionales que definen su moral y actúan apegados a los códigos de ética que dictan los preceptos sobre el bien el mal. Son quienes acostumbran a proceder conforme a protocolos y prefieren quedarse de brazos cruzados en “condiciones inadecuadas” que, en su criterio, ofendan el oficio para el que reclaman dignidad. Por fortuna, también hay quienes, atraídos por la realidad e impulsados por el amor, se salen de esta zona de confort para adentrarse a situaciones en las que la vida apremia. Esta es la gente que suele cambiar el mundo.

Entre esta segunda clase de profesionales, señalados en ocasiones por los primeros, quienes acusan desde el púlpito de la moral estandarizada y se proclaman defensores de intereses gremiales, para no hablar de los suyos propios y de sus miedos, hay unos que admiro en particular por su coraje y determinación a la hora de actuar. Son los veterinarios sin fronteras* que no se paralizan ante la falta de un tapabocas ni se extravían en falsos dilemas entre el fondo y sus formas, en virtud del deber humanitario.

De ellos, tengo la dicha de conocer a varios y haberlos visto ejercer en condiciones precarias y difíciles. Sin descuidar los detalles importantes para garantizar la seguridad y el bienestar de los animales: improvisan mesas de cirugía, entrenan a asistentes en minutos, arman salas de postoperatorio, inventan soluciones provisionales y hacen de cualquier entorno su escenario. Sobre todo, llegan a lugares en emergencia, recónditos y olvidados por el estado, donde habitan animales que jamás en su vida han recibido una caricia. Estos veterinarios saben para que sirve su oficio y lo ejercen con inmenso amor y responsabilidad.

Hago un homenaje a los veterinarios sin fronteras de todo el mundo, motivado por la situación de una profesional que está siendo víctima de acoso en redes sociales por parte de veterinarios y estudiantes abanderados de la ética. Es asombroso hasta dónde puede llegar la ira de quienes ven que otros hacen lo que ellos no se atreven, y sin medir palabra ni saber cómo se hicieron las cosas, menos aún ayudar, arrementen como inquisidores contra quienes ofenden su acartonada manera de pensar.

Ella y su acompañante, con mi complicidad y la de quienes atendieron nuestro llamado de urgencia por la grave situación de varios gatos desamparados, llegaron cargadas de guacales, medicinas y alimento, a donde sólo se llega en chalupa, para esterilizar, curar y rescatar a estos animales, sin que la falta de una sala blanquecina, litros de suero, o un tapabocas por momentos insoportable bajo más de 30 grados a la sombra, fueran impedimento para procurarles bienestar. En medio del más absoluto abandono del estado e indiferencia de la gente, y con los mayores cuidados de asepsia en un lugar donde, al andar, se hallaron varios gatos boqueando, hicieron lo que nadie habia hecho antes en ese lugar y está por hacerse en todo el país.

Ojalá las facultades de veterinaria amplíen la visión de mundo en sus estudiantes y el gremio de profesionales propicie el debate público sobre el sentido social y humanitario de la profesión.

*No me refiero a la ONG que lleva este nombre